El lugar era lo de menos, lo importante era reunirse con los paisanos para presenciar el primer partido del campeonato que enfrentaba a la Selección mexicana con el equipo anfitrión. Y si dentro de México la emoción se vive de manera muy eufórica, cuando se está lejos del país éstos sentimientos se magnifican y afloran los rituales de tribu, aquellos que congregan a los afines para que, juntos, se experimente una comunión catártica.
Evidentemente Madrid y Barcelona, por ser las dos ciudades con más mexicanos en España, convocaron en diferentes locales a un mayor número de connacionales, pero en el resto de ciudades en donde hay también comunidades de mexicanos se observó el mismo fenómeno:
Después de observar un partido anodino y vulgar en el que después de muchos minutos empatados a cero el anfitrión se puso delante de la escuadra mexicana, el momento de máxima intensidad y euforia azteca llegó cuando Rafael Márquez metió el tanto que definiría el empate que prevaleció hasta el final.
Tal y como sentenció el poeta Juvenal: Panem et circenses... y así, en esa tesitura, hasta el próximo 11 de julio cuando se conozca el nuevo campeón del mundo. ¡Que Dios nos coja confesados...!
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