En 1939, casi para finalizar la Guerra Civil, el Consulado Mexicano en Barcelona que entonces se localizaba en la Rambla de Cataluña, tuvo que cerrar sus puertas. La salida del personal fue muy rápida y alguno de los conserjes del edificio se encargo de guardar varias cosas de las oficinas del consulado, entre las que se encontraba un reloj de pared que cuando dejó de funcionar marcó precisamente las dos de la tarde.
El tiempo pasó y ese trabajador seguía guardando celosamente las cosas que había podido rescatar de aquella salida intempestiva y posterior clausura del Consulado de México en Barcelona.
Pero la historia tuvo un giro de tuerca a finales de la década de los setentas cuando se reanudaron las relaciones eentre México y España:
En 1978, tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países un año antes, el consulado se reabrió en lo que ahora es la avenida Diagonal, una de las principales de Barcelona, y un hombre se presentó a ofrecer objetos de la representación mexicana.Se trataba del hijo de aquel conserje, quien narró a los diplomáticos mexicanos la historia de su padre y del empeño por guardar todo lo que se le entregó, pero principalmente el reloj de madera, pesado y antiguo, al que prestaba especial cuidado.
El joven explicó que su padre antes de morir le pidió encargarse de todo convencido de que el consulado se reabriría, por lo que regresó el reloj con las manecillas detenidas, como símbolo de interrupción de relaciones bilaterales.
El reloj volvió a lo que se considera su lugar natural, siguió con las manecillas detenidas para no olvidar lo ocurrido, y el consulado reconoció a la familia del conserje en gratitud a su lealtad y perseverancia.
Ahora mismo el reloj puede verse en la sala de Juntas de la actual representación mexicana en Barcelona que se encuentra en la calle de Paseo de la Bonanova 55.