Rodeado por funcionarios del gobierno, miembros del cuerpo diplomático, integrantes de la delegación mexicana en este país, así como integrantes de la colonia mexicana, el Embajador Jorge Zermeño Infante en punto de las 11:00 de la mañana colocó una ofrenda florar al pie del monumento del Padre de la Patria y en un discurso se refirió al CCI aniversario del Inicio de la lucha por la Independencia de México.
El texto íntegro del discurso es el siguiente:
Sr. Álvaro BallarínHoy en la noche está prevista una berbena popular en las instalaciones del domicilio del Embajador en la capital española.
Concejal del Distrito Moncloa- Aravaca Madrid,
Excmos. Señoras y Señores Embajadores;
Señoras y Señores:
Apenas hace un año, en este mismo sitio, festejábamos los mexicanos residentes en Madrid y su comarca, al igual que millones de mexicanos repartidos por todo el mundo, el Bicentenario del inicio de la lucha por la independencia dirigida por este hombre de estatura universal cuya imagen se encuentra colocada desde hace mas de tres décadas en este bello rincón del Parque del Oeste: el Cura Miguel Hidalgo y Costilla, “el Padre de la Patria” mexicana. Hoy, un año después, los mexicanos no olvidamos que se cumplen doscientos años de su sacrificio por la independencia; al igual que recordamos que se cumplen los bicentenarios de la muertes de Ignacio Allende, de Juan Aldama y de Mariano Jiménez, quienes, impulsados por Hidalgo, condujeron al pueblo del Bajío y del Occidente de la entonces Nueva España por los caminos de la libertad y de la justicia. Hoy, gracias a los trabajos de historiadores que han podido escribir al margen de cualquier condicionalismo político, sabemos un poco más acerca de la vida y de la obra de Hidalgo. Sabemos, por ejemplo, que su intención fue, desde un principio, la lucha por la independencia respecto de una España que comenzaba a perder su ruta y su destino y que, por hacerlo, cayó en lo que tanto condenaron los insurgentes: el Mal Gobierno. Sabemos de su interés por hombres y mujeres sencillos -campesinos, mineros, artesanos e indios- y de su preocupación por la frágil situación a la que los había condenado una España preocupada más por sus intereses europeos que por los de América. Conocemos su enorme prestigio como teólogo, y su autoridad indiscutible como promotor de cultura, y animador de cambios que beneficiaran la economía de las poblaciones afectadas por los voraces intereses peninsulares. De unas ideas tradicionales forjadas en Salamanca trescientos años atrás sacó los argumentos que legitimaron su lucha contra un poder despótico y persistentemente sordo a cualquier reclamación que viniera de los extensos territorios americanos. Sabemos que la lucha lo trasformó y que ante la certeza de la muerte hubo de reconocer sus errores pero sin dejar de afirmar la justicia de la causa que había iniciado en Dolores. Nunca dudó de la legitimidad de la lucha por la independencia. El Hidalgo que murió ante el paredón hace 200 años fue un hombre que hubo de tomar –y tomó- una decisión trascendente y a la vez terrible: luchar con las armas en pro de una causa justa y noble. Por desgracia, la terquedad de los españoles para entender las razones de los americanos, y la espiral de violencia que se desarrolló a partir de la toma de Guanajuato, hicieron que la lucha se prolongara por diez años más. Felizmente, lo iniciado en la Parroquia de Dolores en 1810 acabaría en 1821 con el establecimiento de un nuevo Estado soberano e independiente.
Pero este año también los mexicanos conmemoramos el establecimiento en Zitácuaro de los primeros ensayos de un gobierno independiente, donde, una vez más, volvió a resonar el reclamo no sólo por un gobierno propio sino por una Constitución que limitara al poder y estableciera un orden jurídico más justo. Por último, conviene recordar, -próximos a conmemorar el Bicentenario de la Constitución de Cádiz- que por entonces en este puerto de Andalucía varios diputados novohispanos, junto con otros provenientes de decenas provincias americanas, contribuyeron a redactar la Constitución Política de la Monarquía Española, si bien en muchas ocasiones hubieron de enfrentar la oposición de los diputados peninsulares, reacios una vez más a concederles la absoluta igualdad y el mínimo autogobierno a sus provincias.
Hombre y mujeres comunes; militares decididos y patriotas; curas valientes y respetados; emergencia de instituciones en medio de la lucha, y esfuerzos por limitar el poder y establecer la soberanía popular son los hechos históricos que ocurridos hace 200 años los mexicanos de hoy recordamos y reconocemos con gratitud.
Hoy, en 2011, en México sigue habiendo hombres y mujeres sencillos que cumplen con sus deberes ordinarios, que se esfuerzan por solventar sus problemas cotidianos y por ser mejores y más felices; por educar a sus hijos en libertad y con valores superiores; hay hombres y mujeres valientes que luchan –a riesgo de sus propias vidas- por extirpar el cáncer del crimen organizado de una sociedad que ama la paz pero que abomina de la injusticia y del chantaje; que ya creen en las instituciones porque saben del esfuerzo que les costó a sus padres y abuelos – y a ellos mismos- vivir bajo un régimen constitucional; en fin, en 2011, los mexicanos y mexicanos saben y quieren lo que es la democracia, los derechos humanos, la división de los poderes, y el valor de una buena administración de justicia. Hoy, los mexicanos, en su rica y variada pluralidad, han formado un Estado libre, dueño de un prestigio internacional indiscutible fruto de su pasado –único en la Historia Universal-, de su imponente cultura; de la fortaleza de sus instituciones políticas y económicas; y de su esfuerzo por mantener una política internacional independiente y pacifista que predica la amistad entre las naciones del orbe.
En este contexto, ocupa en nuestro devenir actual, por fortuna, un lugar relevante la inmortal España, antaño metrópoli y hoy nación aliada y amiga. Ambos países hemos conocido los desgraciados efectos de los autoritarismos, de la falta de libertad, de la presencia de dictadores y de criminales organizados en bandas de la más baja ralea; y sabemos del esfuerzo que se ha realizado para dotar a nuestros respectivos pueblos de órdenes constitucionales donde se respeta la persona humana, se dirimen las controversias en forma racional, y se afirma la libertad de los individuos. Somos el resultado de millones vidas que se han empeñado desde hace dos siglos por dejar atrás la injusticia, la violencia, el crimen, la desigualdad, y la falta de libertad para, en su lugar, forjar sociedades donde el esfuerzo se gratifique, el mérito se reconozca, la democracia sea una realidad, la dignidad de la persona un hecho cotidianamente reconocido, y los valores mas altos prevalezcan. Historias, sociedades, y países comunes, que hoy continúan luchando –juntos- por hacer del Mundo algo un poco mejor que antaño.
Es cierto que, España y México, como todo el Mundo, están pasando por tiempos difíciles e inéditos (por diversas razones y circunstancias) que suponen inmensos retos a la imaginación, a la inteligencia y a la voluntad de todos. Tal vez un buen camino a seguir para poder superar estas dificultades en beneficio de los hombres y mujeres de hoy sea voltear la mirada a ese pasado glorioso cuando mexicanos y españoles de ambos mundos se esforzaron por construir –con imaginación, con inteligencia, con voluntad, y añadiría, con patriotismo- sociedades justas e igualitarias, donde, como dijera el inmortal Morelos, estén vigentes buenas leyes “que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”. Voltear al pasado con estos propósitos lejos de atar o frenar nuestro paso, alienta a seguir adelante, a confiar en la capacidad de nuestros pueblos para que –unidos- podamos contribuir a la solución de los graves problemas de nuestro tiempo. Sólo con la razón, con la experiencia histórica y con la tolerancia –como afirmara Tomás y Valiente- es posible apostar por un mejor futuro. Que así sea, y ¡Que Viva México y que viva España!
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